Cuarta unidad
Tres motivos

(Image: Dimitris Vetsikas en Pixabay)
Sumario
En literatura, un motivo es una imagen, idea o símbolo recurrente que desarrolla o explica los temas centrales y el significado más profundo de un relato. En esta lección estudiaremos tres importantes motivos bíblicos que aparecen por primera vez en los capítulos 1 a 11 del Génesis. Son el agua y el viento, el exilio y el rostro de Dios. Estos motivos nos ayudan a entender mejor el tema principal de la Biblia, que es nuestra redención. Después de que Jesús nos redimió al morir en la cruz, somos creados de nuevo por medio del Espíritu Santo y las aguas del bautismo para que podamos poner fin a nuestro exilio y regresar a casa, donde volveremos a estar en presencia de Dios y a verlo cara a cara.
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Objetivos de aprendizaje
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Habrás completado con éxito esta unidad cuando puedas describir e interpretar los motivos bíblicos del agua y el viento, el exilio, y el rostro de Dios.
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Introducción
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En la unidad sobre la crisis observamos que los capítulos 1 a 11 del Génesis terminan en una situación de suspenso. A pesar de la nueva creación mediante el diluvio, el pecado no fue erradicado de nuestro mundo. Al contrario, siguió creciendo hasta que el mundo entero cayó bajo su poder. Pareciera que todo marcha en la dirección equivocada. ¿Hay esperanza para la humanidad? ¿Cómo podrá Dios superar esta situación?
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Esta extraña profecía de una mujer y su descendencia que aplastará la cabeza de la serpiente nos da nuestro único rayo de esperanza. Como cristianos, sabemos que esta hablando de nuestro redentor, Jesucristo.
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Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3, 17)
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Nos salvará muriendo por nosotros en la cruz. La redención que obtendrá para nosotros es el tema principal de la Biblia. Pero de momento, tras haber leído los once primeros capítulos, nada de esto está claro. Sin embargo, estos capítulos nos presentan varios motivos que desempeñarán un papel importante a lo largo de la historia y nos ayudarán a comprender la naturaleza de nuestra redención a medida que ésta avance.
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El motivo del agua y el viento
Cuando Dios creó el mundo, utilizó el agua y el viento para hacerlo. Podemos leer sobre esto en el segundo versículo de la Biblia.
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La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu [o viento] de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. (Gn 1, 2)
Para entender esto, es importante notar que en hebreo, la palabra Ruah puede significar tanto viento como espíritu. Algunas traducciones dirán "espíritu" en lugar de "viento". Estos mismos elementos también están presentes en la historia de Noé y el diluvio.
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Entonces Dios se acordó de Noé, de todas las fieras y de todo el ganado que estaban con él en el arca; Dios hizo soplar el viento sobre la tierra y el agua comenzó a bajar. (Gn 8, 1)
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Esta repetición nos ayuda a interpretar el diluvio como un nuevo acto creativo y no como un mero castigo divino. La respuesta de Dios al crecimiento del pecado consistió en la restauración del mundo a su estado original de caos antes de crearlo de nuevo. El agua y el viento volverán a aparecer a lo largo de la historia. Por ejemplo, en el Éxodo.
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Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. (Ex 14, 21–22)
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Este pasaje describe el paso de Israel por el Mar Rojo para escapar del ejército egipcio. Este acontecimiento fue otra re-creación. A un lado del Mar Rojo, los israelitas fueron esclavos de los egipcios. Pero una vez que cruzaron, se convirtieron en un nuevo pueblo: el Pueblo de Dios.
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El Antiguo Testamento describe muchos lavados rituales o abluciones. Los sacerdotes, por ejemplo, tenían que lavarse las manos y los pies antes de entrar en el templo.
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Harás asimismo una pila de bronce, con su basa de bronce, para las abluciones. La pondrás entre la Tienda del Encuentro y el altar, y echarás agua en ella, para que Aarón y sus hijos se laven las manos y los pies. Cuando vayan a entrar en la Tienda del Encuentro o cuando se acerquen al altar para oficiar, para quemar una oblación al Señor, se lavarán para no morir. Se lavarán las manos y los pies, y no morirán. Será para ellos una ley perpetua, para Aarón y su descendencia, de generación en generación. (Ex 30, 18–20)
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Y la aspersión de agua formaba parte del ritual de consagración de los levitas.
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El Señor dijo a Moisés: «Pon a los levitas aparte del resto de los hijos de Israel y purifícalos. Para esta purificación harás con ellos de la siguiente manera: los rociarás con agua expiatoria; luego ellos se rasurarán todo el cuerpo, se lavarán los vestidos y así quedarán purificados». (Nm 8, 5–7)
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Naamán se limpió de su lepra bañándose siete veces en el río Jordán.
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Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio. ( 2 Re 5, 14)
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Y el profeta Ezequiel dijo que Dios renovaría a Israel y lo purificaría mediante la aspersión de agua limpia.
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Por eso, di a la casa de Israel: "Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos". (Ez 36, 22–25)
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En el Nuevo Testamento, Juan también habla del agua y del viento en su evangelio.
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Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». (Jn 3, 3–8)
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Jesús se refiere aquí a nuestro bautismo. Al igual que Israel fue salvado de la esclavitud en Egipto al pasar por las aguas azotadas por el viento, también nosotros somos salvados de nuestra esclavitud al pecado al pasar por las aguas llenas de espíritu del bautismo.
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Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él:
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«¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
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Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13). (CIC 1227)
El motivo del agua y el viento nos ayuda a entender cómo nos salvará Dios. Nuestra redención será un baño espiritual que lavará nuestros pecados. También moriremos con Cristo cuando entremos en las aguas impregnadas del espíritu de nuestro bautismo, para nacer de nuevo como nuevas criaturas cuando salgamos del agua. De este modo, somos creados de nuevo.
El motivo del exilio
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Otro motivo que se nos presenta desde el inicio es el del exilio. Cuando Adán y Eva pecaron, fueron expulsados del paraíso:
Y el Señor Dios dijo: «He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros en el conocimiento del bien y el mal; no vaya ahora a alargar su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre». El Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado. Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y una espada llameante que brillaba, para cerrar el camino del árbol de la vida. (Gn 3, 22–24)
Caín también fue exiliado después de que mató a su hermano:
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Andarás errante y perdido por la tierra. (Gn 4, 12)
Este motivo nos ayuda a comprender las consecuencias del pecado. El pecado nos separa de Dios y de su familia. Este motivo reaparecerá a lo largo de la historia. Por ejemplo, leemos cómo los israelitas fueron exiliados a Egipto y el Reino de Judá a Babilonia. También nos ayuda a entender nuestra redención como una liberación. Jesús vino a salvarnos del exilio, como dijo en su primera homilía en Nazaret.
Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». (Lk 4, 17–19)
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Al final, nuestro exilio es autoinfligido. Pero Dios quiere que recapacitemos, como el hijo pródigo, y volvamos a casa.
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Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. (Lc 15, 21–24)
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El motivo del rostro de Dios
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Un tercer motivo que aparece en la introducción es el del rostro de Dios. Después de la caída, leemos que Adán y Eva "se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín" (Gn 3, 8). Una traducción más literal diría que se escondieron del rostro del Señor Dios. En el Paraíso, Adán y Eva caminaban en presencia de Dios. La principal consecuencia de la caída fue la pérdida de este encuentro cara a cara con Dios. El apóstol Juan dice: "Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no lo ha visto ni conocido." (1 Jn 3, 6).
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La historia de la salvación puede describirse como la historia de nuestra búsqueda del rostro de Dios. Que Dios tenga un rostro significa que es un "tú" con el que podemos tener una relación. El deseo de ver su rostro expresa el deseo más profundo de la humanidad de restablecer nuestra relación con él, una relación perdida a causa de nuestra rebelión contra él.
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Este tema está en el centro de la historia bíblica. El Antiguo Testamento utiliza este motivo muchas veces. Por ejemplo:
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Entonces, Moisés exclamó: «Muéstrame tu gloria». Y él le respondió: «Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero». Y añadió: «Pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida». (Ex 33, 18–20)
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Escúchame, Señor, | que te llamo; | ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: | «Buscad mi rostro». | Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. | No rechaces con ira a tu siervo, | que tú eres mi auxilio; | no me deseches, no me abandones, | Dios de mi salvación. (Sal 27, 7–9)
El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré». (Nm 6, 22–27)
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Por su encarnación, Jesús se convirtió en el rostro visible de Dios. Quien lo ve, ve al Padre. Por eso nos esforzamos por encontrar a Jesús en nuestra vida espiritual.
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?» (Jn 14, 8–9)
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Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. (1 Jn 3, 2)
Conclusión
En esta unidad hemos analizado tres motivos bíblicos que aparecen por primera vez en la historia en los capítulos 1 a 11 del Génesis. Estos motivos son importantes porque reaparecerán constantemente a lo largo de la narración. Este recurso literario nos ayuda a comprender mejor el tema principal de la Biblia: nuestra redención. Después de que Jesús nos redimió al morir en la cruz, somos creados de nuevo por medio del Espíritu Santo y las aguas del bautismo para que podamos poner fin a nuestro exilio y regresar a casa, donde volveremos a estar en presencia de Dios y a verlo cara a cara.
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Tareas
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