Quinta unidad
Jesús y el antiguo Israel

(Brooklyn Museum - Reconstrucción de Jerusalén y el Templo de Herodes - James Tissot)
NOTA: El antiguo Israel de la Biblia y el actual Estado de Israel son dos realidades distintas y no debemos confundirlas. Para resaltar esta diferencia, los descendientes de Jacob/Israel que vivieron en el Antiguo Israel se llaman israelitas. Los ciudadanos del Estado de Israel se llaman israelíes. Cuando en esta lección hablo de Israel, me refiero siempre al Antiguo Israel.
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Sumario
The Bible teaches us that God created us to marry him. After the fall, the biblical text narrates how God does this. He begins his plan of salvation by calling one person—Abram. His promises structure the rest of the biblical story. It is through their fulfillment that God will reestablish our covenantal communion with him. He chose Israel because of his love for Abram. As his direct descendants, the Israelites were the heir and beneficiary of his blessing. Israel's identity was to be God’s first-born son, that is, his chosen instrument so that the other nations could also find salvation. God established her to be the nation that was to receive his Son and form him in his humanity. This is what makes Israel unique. No other nation in the history of mankind has received a greater mission. To be able to do this, God gave her special gifts, such as his presence in the glory cloud, the covenant which made Israel his first-born son, and the law which taught the people how to live as his children. Unfortunately, the Bible is also the story of Israel’s continuous failure to live up to God’s standards. Everyone sins against God. But it is also the story of his steadfast love and fidelity. Despite our rebellion, he remains faithful to his original plan.
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Objetivos de aprendizaje
Habrás completado con éxito esta unidad cuando puedas:
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Explicar por qué Dios llamó a Abram.
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Describir la identidad y misión de Israel.
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Enumerar y describir los dones de Dios a Israel para que ella pudiera cumplir su misión.
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Explicar por qué Israel fue una nación santa, consagrada a Dios.
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Introducción
En el curso sobre la historia de la salvación, vimos cómo Dios nos creó de forma que él pudiese habitar en y con nosotros y nosotros en y con él y con todos en una amorosa comunión que durará para siempre. En otras palabras, Dios nos creó para que nos casáramos con él y formáramos parte de su familia. Encontramos esta idea a lo largo de toda la Biblia. Aparece por primera vez al principio, en el libro del Génesis, aunque detrás de un lenguaje oscuro y difícil de entender. Pero se expresa explícitamente al final, en el Apocalipsis:
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Y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa, como el rumor de muchas aguas, y como el fragor de fuertes truenos, que decían: «Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido...». (Ap 19, 6–7)
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Nosotros -es decir, la humanidad redimida- somos la esposa mencionada en este pasaje. Un segundo pasaje del Apocalipsis recoge la misma idea:
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Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. 2Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. 3Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios». (Rv 21, 1–3)
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Estos pasajes muestran cómo Dios, al final de los tiempos, cumplirá su plan original para la humanidad. Desgraciadamente, nuestros primeros padres rechazaron su proposición de matrimonio y se rebelaron contra él, como vemos en Gn 3. En los siguientes capítulos, leemos cómo las generaciones posteriores siguieron su mal ejemplo y también se rebelaron contra Dios (el pecado de Caín, el de Noé y Cam, el de la Torre de Babel, etc.).
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Esto establece la trama para el resto de la historia bíblica. Estos once primeros capítulos terminan como un "cliffhanger" (una sitauación de suspenso), ya que encontramos a la humanidad dividida y dispersada sobre la faz de toda la tierra, en lugar de estar en armonía con Dios y entre sí, como él había querido. Aunque en Gn 3, 15 se nos dan algunos motivos para el optimismo:
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«Pongo hostilidad entre ti y la mujer, | entre tu descendencia y su descendencia; | esta te aplastará la cabeza | cuando tú la hieras en el talón».
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Esta situación debería dejar al lector preguntándose si nos queda alguna esperanza. ¿Cómo vencerá Dios al pecado y a la rebelión del pueblo? Debemos seguir leyendo para averiguarlo.
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La misión de Abram
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El tono cambia radicalmente en el pasaje que sigue a este momento de suspenso.
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El Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». (Gn 12, 1–3)
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Este momento crucial marca el inicio de nuestra redención. Dios comienza su plan de salvación llamando a una persona -Abram- y diciéndole que salga de su tierra. A cambio, le promete engrandecer su nombre y darle tres cosas: una nueva tierra, descendencia (en ese momento Abram no tenía hijos propios) y una bendición para todos los pueblos.
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Estas promesas estructuran el resto de la historia bíblica. Los libros que van del Éxodo a Josué describen cómo los descendientes de Abram obtienen la tierra, cumpliendo así la primera promesa. Los libros de 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes y 1 y 2 Crónicas narran la historia del Reino de David, que cumple la segunda promesa. Y, por último, el Nuevo Testamento revela cómo Dios cumple en Jesús la tercera y más importante de las promesas: la de la bendición.
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Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. (Lc 24, 50–51)
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Será mediante el cumplimiento de estas promesas como Dios superará la crisis de nuestra rebelión y restablecerá nuestra comunión de alianza con él. Al final, la Tierra Prometida será un tipo que prefigura nuestra verdadera tierra prometida en el Cielo. Y el Reino de David será un tipo que prefigura el establecimiento del Reino de Dios.
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¿Por qué eligió Dios a Abram para iniciar su misión de rescate? Leemos en el Libro de la Sabiduría que, aunque todo el mundo había caído en pecado, él era un hombre justo.
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Cuando la confusión de los pueblos malvados, | ella se fijó en el justo Abrahán, lo conservó intachable ante Dios | y lo mantuvo firme a pesar del amor hacia su hijo. (Sab 10, 5)
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Pero Dios no lo eligió por su propio bien, sino en beneficio de todos nosotros.
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El Señor pensó: «¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, y en él se bendecirán todos los pueblos de la tierra. Lo he escogido para que mande a sus hijos, a su casa y a sus sucesores que guarden el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido». (Gn 18, 17–19)
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La misión de Abram consistía en enseñar a sus hijos a "que guarden el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho". A estas alturas de la Biblia, aún no sabemos cómo; pero haciendo esto, Abram facilitaría de algún modo que Dios cumpliera su promesa.
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La identidad de Israel
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Avanzando unos siglos en la historia de la Biblia, llegamos al relato del éxodo. Dios libera a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob de la esclavitud en Egipto y establece una relación especial con ellos. En Ex 4, llama a Israel su hijo primogénito.
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«Y dirás al faraón: “Así dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito”». (Ex 4, 22)
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Luego, en el capítulo 19, ofrece a Moisés establecer una alianza con los israelitas, estableciéndolos como su propia posesión entre todos los pueblos.
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«“Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel». (Ex 19, 5–6)
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¿Por qué Dios privilegió a Israel de esta manera? ¿Qué pasa con las demás naciones? ¿No está siendo injusto? No, Dios no está siendo injusto. En primer lugar, es un hecho histórico que Israel es el hijo primogénito de Dios, es decir, fue la primera nación que entró en una relación de alianza con él y pasó a formar parte de su familia. ¿Por qué Israel? Ciertamente no fue por sus propios méritos. No era la nación más grande ni la más santa.
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Porque tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor, tu Dios, te eligió para que seas, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la casa de esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto. (Dt 7, 6-9)
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Dios eligió a Israel por su amor a Abraham. Como sus descendientes directos, los israelitas eran los herederos y beneficiarios de la bendición de la alianza de Dios otorgada a Abraham. Pero esto no significa que Dios no se preocupe por las demás naciones. Al contrario, ama a todas las naciones y quiere que todas pasen a formar parte de su familia. Por eso eligió a Abraham en primer lugar, como vimos anteriormente.
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Israel ha de ser el instrumento elegido por Dios para que las demás naciones encuentren también su salvación. Esta es su identidad. Al igual que los primogénitos ayudan a sus padres a educar a sus hermanos más pequeños, Israel debería ayudar a Dios a educar a las demás naciones. ¿Cómo? Guardando "el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho" (Gn 18, 19). De este modo, enseñará a las demás naciones por medio de su ejemplo. Por eso los profetas llaman a Israel luz para todas las naciones.
«Yo, el Señor, | te he llamado en mi justicia, | te cogí de la mano, te formé | e hice de ti alianza de un pueblo | y luz de las naciones». (Is 42, 6)
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«Es poco que seas mi siervo | para restablecer las tribus de Jacob | y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. | Te hago luz de las naciones, | para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». (Is 49:6)
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La misión de Israel
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Si la identidad de Israel es ser el hijo primogénito de Dios, ¿cuál es su misión? Dios formó a Israel para que fuera la nación en la que su propio Hijo había de venir al mundo. Para comprender el significado y la importancia de esto, tenemos que considerar las implicaciones de la Encarnación.
Como cristianos, creemos que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo verdaderamente hombre. Es decir, Jesús no sólo aparentó ser un hombre -como algunas herejías han afirmado falsamente-, sino que fue una persona real, como nosotros en todo excepto en el pecado. Ahora bien, cada persona que ha existido ha vivido en un tiempo y un lugar concretos, y ha sido formada por la cultura en la que creció. Lo mismo ocurrió con el Hijo de Dios. Sabemos que Jesús nació en Belén y creció en Galilea.
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Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. (Lk 2:39–40)
Así, su identidad humana fue formada por la cultura judía del primer siglo. Si, por el contrario, Jesús hubiera nacido entre los aztecas, habría sido formado por su cultura al participar en sus impías ceremonias religiosas en que se realizaban sacrificios humanos. Del mismo modo, si hubiera vivido en Estados Unidos durante la década de 1960, habría estado expuesto al sex, drugs, and rock ‘n’ roll. Y si hubiera crecido en la China comunista, se habría visto obligado a aprender sloganes ateos en la escuela. Estas estructuras de pecado habrían conformado la identidad de Jesús, ya que la cultura desempeña un papel muy importante en esto. Algo parecido habría ocurrido si Jesús hubiera nacido en cualquier otra nación de la historia de la humanidad, excepto en el antiguo Israel. ¿Qué hace que Israel sea tan especial?
El antiguo Israel es único entre todas las naciones porque no fue fundado por ningún grupo humano, sino por Dios. Precisamente porque Dios Padre no quiso que su Hijo creciera y se formara en una cultura pecaminosa, estableció su propia nación para este fin. Como Jesús nació en Israel, en lugar de leer todo tipo de libros, creció leyendo un libro sagrado: la Biblia. Y, en lugar de cantar canciones pecaminosas, cantó canciones santas: los Salmos. Y, en vez de participar en ceremonias religiosas profanas, solo participó en ceremonias agradables a Dios porque habían sido prescritas por él mismo.
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Dios formó a Israel y le dio su misión especial para este propósito: la de recibir a su Hijo y formarlo en su humanidad. Esto es lo que la hace única entre las naciones porque ninguna otra nación en la historia de la humanidad ha recibido una misión más grande. Por eso Dios encargó a Abrahán que enseñara a sus hijos "a guardar el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho" (Gn 18, 19). Y porqué dijo a Moisés que dijera al pueblo: "si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos" (Ex 19, 5). Por medio de Israel, bendeciría a todos sus demás hijos, cumpliendo su promesa hecha a Adán y Eva en el Protoevangelio.
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Los dones de Dios para Israel
Es un principio espiritual fundamental que cuando Dios da a alguien una misión, siempre le da las gracias que necesita para cumplirla. Así, Dios también dio a Israel dones especiales para que pudiera cumplir su misión. Pablo los menciona en su carta a los Romanos cuando habla sobre la elección de Israel. Allí enumera los dones especiales que recibió:
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Ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén. (Rom 9, 4–5)
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Por "filiación" Pablo entiende algo más que la filiación genérica que comparten todos los seres humanos por haber sido creados por Dios a su semejanza e imagen. La relación de Israel con Dios es única porque los israelitas entraron en una relación de alianza con él. Por eso Dios llama a Israel su hijo primogénito, como vimos anteriormente.
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Con "gloria", Pablo se refiere a la presencia especial de Dios entre su pueblo. Como Israel era el primogénito de Dios, éste envió la nube de gloria como signo visible de su presencia.
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Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. (Ex 40, 34; cfr. 1 Re 8)
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Por "alianzas" Pablo entendía las establecidas entre Dios y Abraham, Moisés y David, por las que los israelitas pasaron a formar parte de su familia de manera especial.
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Por "ley" Pablo entiende la Torá, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia judía que contienen los Diez Mandamientos y otros decretos dados por Dios a Israel.
Anuncia su palabra a Jacob, | sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, | ni les dio a conocer sus mandatos. (Ps 147, 19–20).
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Por "culto" Pablo entiende todo lo que Dios reveló directamente a Israel en los libros del Éxodo, Levítico y Deuteronomio sobre cómo debían adorarlo (por ejemplo, los sacrificios, las fiestas y el sacerdocio).
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Por último, al hablar de "promesas", Pablo se refiere a los futuros dones que Dios concedería a Israel, como la nueva alianza (cfr. Jr 31), un corazón nuevo (cfr. Ez 36) y una nueva creación (cfr. Is 65–66).
Todos estos dones fueron dados para que Jesús proceder de los Israelitas, como escribió Pablo a los romanos. Pero como vimos en la sección anterior, Jesús no solo fue judío por ser un descendiente biológico de Abraham. Fue judío en el sentido de que su identidad personal humana había sido formada por su experiencia de estas cosas.
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Una nación santa
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Ninguna otra nación en la historia de la humanidad ha sido tratada así por Dios. Debido a su misión única, Israel tenía que ser una nación santa, apartada de las demás naciones. En otras palabras, Israel estaba consagrado a Dios. Esta idea aparece en toda la Biblia, por ejemplo, en el libro del Deuteronomio:
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Hijos sois del Señor, vuestro Dios... pues tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor te eligió para que seas, entre todos los pueblos de la tierra, su propio pueblo. (Dt 14, 2)
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La Biblia nos enseña que el contacto con Dios requiere santidad. Sin embargo, el concepto bíblico de santidad significa algo más que bondad moral. A menudo traducimos la palabra griega hagios como "santo" o "santidad", pero su significado literal es "apartado" o "consagrado".
Así como Dios es santo -es decir, separado de este mundo-, también las personas y las cosas que entran en contacto con Él deben ser apartadas o consagradas. Esto no significa que el mundo sea malo, sino que no es Dios. Cuando algo se consagra a Dios, le pertenece y ya no puede utilizarse para cosas ordinarias. El altar de una iglesia, por ejemplo, está consagrado. Por tanto, sería un sacrilegio utilizarlo como un escritorio ordinario o una mesa para comer. Podemos encontrar muchos ejemplos de esto en la Biblia. Por ejemplo, cuando Dios se reunió con el pueblo en el monte Sinaí, primero tuvieron que consagrarse antes de poder acercarse a él.
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El Señor le dijo: «Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo hable contigo, y te crean siempre». Y Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho. El Señor dijo a Moisés: «Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo. Traza al pueblo un límite alrededor y dile: «Guardaos de subir a la montaña o de tocar su borde; el que toque la montaña, morirá. Nadie pondrá la mano sobre el culpable; será apedreado o asaeteado, sea hombre o animal; no quedará con vida. Solo cuando suene el cuerno, podrán subir a la montaña». Moisés bajó de la montaña hasta donde estaba el pueblo, lo purificó y ellos lavaron sus vestidos. (Ex 19, 9–14)
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Del mismo modo, el Arca de la Alianza era tan sagrada que nadie podía tocarla.
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El fracaso de Israel
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Desgraciadamente, la historia de la Biblia es también la historia del continuo fracaso de Israel a la hora de vivir de acuerdo con las normas de Dios. En esta historia, todos pecan contra Dios sin excepción. Los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob pecan. Todos sus descendientes pecan, porque en algún momento durante sus 430 años allí se olvidan de Dios y pierden su identidad. Como resultado, se convierten en esclavos del Faraón y de los dioses egipcios.
Moisés peca y, por tanto, no puede entrar en la Tierra Prometida. El pueblo también peca en el desierto. A pesar de todos los milagros que Dios hizo en su favor, se quejan continuamente contra él y contra Moisés y quieren volver a Egipto una y otra vez. Los jueces del libro de los Jueces pecan y todos los reyes, empezando por David y Salomón, pecan y rompen la alianza. Incluso los líderes religiosos de la época de Jesús son gente pecadora y por eso rechazan al Mesías prometido.
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Afortunadamente, la Biblia no es solo la historia de nuestro fracaso. También es la historia del amor inquebrantable y la fidelidad de Dios. A pesar de nuestra rebelión, sigue siendo fiel a su plan original de traernos dentro de su familia.